Miedo a la libertad

Hace muchos años, en alguna parte, nació un niño con una leve singularidad, una cadena invisible que le ataba a una piedra. Él era ignorante de ello, pero era apreciable por todos los que le rodeaban, y no lo notaba porque era una piedra muy ligera con la cadena pequeña y suave, como un hilito. Tampoco podía apreciarlo porque no sabía diferenciar lo que era y lo que no era, dado que no conocía otra condición.

El niño iba creciendo y la piedra también, era parte de su cuerpo, de su ser y no había preguntas.

Con el tiempo el niño se hizo hombre y adquirió conocimientos de libros, personas y paisajes hasta que un día pensó que era distinto a los demás. Le costaba caminar y no sabía porqué, no podía comprender porqué todos los demás iban y venían con tanta ligereza que le temblaba el alma, se sentía inmerso en un mundo interior, un mundo distinto hecho solo para él y todo lo demás era un escaparate con cristales irromplbles.

Un día su amiga la luna le habló para decirle algo importante: «no puedes moverte porque tienes una piedra desde tu nacimiento, una piedra tan grande que te ha inmovilizado, no la puedes ver pero yo te la mostraré.»

Y la vió, y vió que era parte de su ser desde siempre, pero no era su amiga, era su carcelera.

Decidió cortar esa cadena que ya no era tan ligera y para ello tuvo que pedir ayuda, tuvo que recurrir a la tormenta. Sufrió la lluvia, el frío, el viento, hasta que un rayo la partió para siempre y sintió el dolor, era un sufrimiento infinito e inacabable.

De repente un día le dejó de doler y empezó a sentirse de agua, flotaba placenteramente y se dejaba llevar, él no sabía caminar e iba sin rumbo fijo. Terminó de flotar y empezó a caminar, paso a paso con mucho cuidado, se cansó de caminar y empezó a correr, correr y correr hasta que ya nadie le alcanzaba. Tenía que llenarse de kilómetros para poder llegar muy lejos, llegó tan lejos que se llenó de estrellas y pudo dar un beso a la luna.

Consiguió llegó mas lejos que nadie y conoció la libertad, el infinito, la luna, las estrellas y la tormenta y se sintió felíz.

Al final de sus días pensaba a veces en la piedra y se sentía agradecido porque le brindó algo muy importante, gracias a ella había conocido el significado de la libertad.

La piedra tenía un nombre y vagaba eternamente hasta encontrar otro pie al que amarrarse, su nombre era Miedo.

Ana E. Pérez

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