La procrastinación (del latín procrastinare: pro, adelante, y crastinus, referente al futuro), postergación o posposición es la acción o hábito de retrasar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes o agradables.
Se trata de un trastorno del comportamiento que tiene su raíz en la asociación de la acción a realizar con el cambio, el dolor o la incomodidad (estrés). Éste puede ser psicológico (en la forma de ansiedad o frustración), físico (como el que se experimenta durante actos que requieren trabajo fuerte o ejercicio vigoroso) o intelectual.
El término se aplica comúnmente al sentido de ansiedad generado ante una tarea pendiente sin tener una fuerza de voluntad para concluirla. El acto que se pospone puede ser percibido como abrumador, desafiante, inquietante, peligroso, difícil, tedioso o aburrido, es decir, estresante, por lo cual se autojustifica posponerlo a un futuro sine die idealizado, en que lo importante es supeditado a lo urgente.
Transcurrido el período vacacional, la procastinación puede incluso incrementarse en grado sumo.
El tiempo medio que el organismo tarda en desconectar por completo y desintoxicarse después de un período de estrés, según dictaminan los expertos, es de 2 semanas.
En el libro “El placer de la pereza”, su autor explica el origen de esta emoción: Se produce cuando hemos agotado de forma rápida nuestra energía vital.
Vivian Acosta, experta y consultora en liderazgo y muchas otras competencias, hace una reflexión a esta realidad, y continúa:
Suelo escuchar con demasiada recurrencia, recién llegada de mis vacaciones, frases del tipo: “Tengo las pilas cargadas a tope”, y yo me pregunto, a tope ¿para un día…, una semana…, un mes…, un año…?. Pareciera que nos relacionamos con nuestro organismo como con nuestro iphone, cuando se descarga, lo volvemos a enchufar, y así hasta la siguiente parada.
“¡Qué horror! ¡Llegué hace poco de vacaciones y ya necesito otras!”. Lógico, porque seguimos pensando que nuestro cuerpo es como un robot que puede con todo, y cuanto más frenetismo y actividad, mayor el reconocimiento social; eres Dios si te levantas a las 6am, haces par de horas de gym, trabajas 10-12 horas, y por la noche un poco de running para desconectar, y yo digo ¡para rematarte!. Por supuesto esta actividad se adereza con ser padre/madre ejemplar, y con una amplia vida social.
La pereza es instintiva, está en nuestro repertorio de emociones básicas, venimos cargada con ella; es una emoción cuya función es proteger nuestro nivel de energía, ni más, ni menos. Es una emoción protectora, ¿de qué nos protege?, de nosotros mismos, de nuestro afán por ser más, por tener más, por llegar antes.
Las personas más proclives a experimentar depresión post-vacacional son aquellas que han sufrido stress laboral previo, así, este síndrome realmente lo que tiene es un efecto de prevención, de protección, busca que nuestro nivel de equilibrio entre activación y reposo continúe, se persevere.
Buena noticia es que el mundo empresarial comienza a ser consciente de los efectos negativos en la productividad y la eficacia del cansancio tanto el físico, como el mental. Pero aún nos queda mucho camino por recorrer, porque seguimos encumbrando modelos de éxito y de liderazgo que queman a los equipos. El éxito, sin duda requiere un cocktail de inteligencia, perseverancia y energía, ésta última es la que se agota cuando nos estiramos tanto por alcanzar el triunfo, que nos rompemos.
Escucha a tu pereza, escucha a tus emociones, todas son sabias y son tus mejores aliadas para una vida plena en lo personal y lo profesional.
Cierro este post con una cita de Ralph Waldo Emerson, digna de tener al lado, en tu mesilla: “Acaba cada día… y dalo por terminado. Has hecho lo que has podido”.